“Todo principio parte del final de otro principio”

Con la obtención de la Supercopa y el Torneo Nacional 2021, Universidad Católica ha ganado 10 de las últimas 18 competencias nacionales.

No viví los 18 años sin ser campeón entre el ’66 y el ’84, y tampoco las 10 temporadas sin coronaciones entre el ’87 y el ’97. No sufrí con los descensos del ’55 y el ’73, y era un cabro chico cuando perdimos ante la U el título del ’94.

Para todos aquellos hinchas que sí atravesaron esos difíciles momentos, esta época es para disfrutarla al máximo. Para los que somos más jóvenes, es una suerte de “redención”, de romper el “cuero de chancho” por lo sucedido en el Clausura 2002, Clausura 2004, Apertura 2005, Apertura 2007, Clausura 2009, Apertura 2011, todo el 2013 y los dos campeonatos locales del 2015.

Está clarísimo que una copa no se gana de un día para otro. Cuatro consecutivas, ni hablar. Y 10 en los últimos cinco años, para qué decir. Pero, ¿qué cambió en el club para dejar atrás todas esas frustraciones antes mencionadas? ¿Por qué logramos salir de ese espiral maldito, de ese karma que eran los partidos definitorios?

Desde que me hice cargo de las entrevistas en Radio de la Cato, he podido conversar con ex jugadores, entrenadores y dirigentes. La idea en común que más se repetía era: “No teníamos los recursos necesarios para poder competir”. Sí ese era el caso, ¿por qué con las excepciones del Apertura 2004, en donde se armó un plantel de figuras que lamentablemente no rindió, y el Clausura 2012, logramos clasificar siempre a playoffs, disputar cuatro finales, misma cantidad de semifinales y bajar tres estrellas (Apertura 2002, Clausura 2005 y 2010)?

No es sencillo encontrar una explicación a lo que ocurría en las instancias decisivas. Llegábamos con ventaja, pero siempre pasaba algo. Sucedió en los penales con Unión en los últimos minutos del 2004 y en 2005, y ni hablar de las respectivas finales con Colo Colo en 2009, la U en 2011 y O’Higgins en 2013. ¿Éramos frágiles mentalmente? ¿Nos perjudicaba el favoritismo? Sea lo que haya sido, parecía una maldición.

¿A qué hace referencia el título de esta columna? A la canción “Closing Time”, del grupo Semisonic. El Clausura 2016 fue el final de ese principio en el que pasamos tres, cinco y seis años respectivamente sin poder celebrar, exceptuando la Copa Chile 2011.

Con el cabezazo de José Pedro Fuenzalida frente a Audax, más la derrota de O’Higgins como local contra la Universidad de Concepción, no fue solo la obtención de la denominada “11 de la gente”. Fue, valga la redundancia, partir un nuevo principio. Ese que, sacando el mal 2017, nos tiene como el mejor club, como la cima de la montaña y, literalmente, como el rival al que todos quieren bajar.

Merecemos todos estos éxitos y los que puedan venir, sin importar en cuánto tiempo más sean. Es que todo en la vida es cíclico: Uno puede estar arriba y caer cuando menos lo espera. O al revés, llegar al tope en momentos en que parece imposible conseguirlo. Y cuando nos toque ese principio de no poder volver a ganar, ya sabemos que el otro principio estará esperándonos para retomar los festejos.